Santiago

Lo que no me esperaba en Chile fue, que me enamoraría de Santiago de Chile. No sé muy bien porque me encanto tanto la ciudad pero ha sido el amor de primera vista. Quizá lo limpio y organizado que es. Quizá la falta de atascos durante todo el día, que son tan comunes en la mayoría de las capitales en América Latina.

Me atrevía comparar Santiago a las pocas ciudades estadounidenses que conozco – la arquitectura la veía parecida a la de la ciudad de Boston y las vistas nocturnas desde las últimas plantas de los hoteles me recordaban a Nueva York. Además hay un edificio parecido a Chrysler Building (una versión más bajita – una foto esta en la galería).

Me encantaba caminar por las calles de Santiago y mirar las montañas que rodean la ciudad de un lado, cuyas partes superiores estaban cubiertas de nieve. En Santiago, comparando con mi querida Bogotá, me sentía segura. Quizá en el centro tenía más cuidado, intentando no entrar en las callejuelas sin gente y no llevar la cámara colgada en mi cuello.

Lo que tampoco esperaba en Chile, fue el hecho que la señora a la que hemos preguntado por el camino para llegar al cerro Santa Lucía, nos señaló la dirección con el dedo sin mirarnos. Vale, entendimos enseguida que no deberíamos molestarla. Otro turista al ver la situación, nos indicó el camino, diciendo que preguntemos otra vez en un rato, así lo hicimos. Preguntamos a otra persona que se puso a…reír. ¿De qué? No sabíamos muy bien. Dijo que no se podía llegar andando. Resultó que estuvimos a tan solo 10 minutos caminando o a una parada de metro. Pero al parecer no le apetecía ayudar a unos turistas más. Al día siguiente tuve que ir en el metro. Coincidí con la hora punta y tuve que hacer fila para pasar con mi billete del metro. Todas las maquinas tenían una fila de gente. Algo increíble para mí. Esperé en la fila de unos 3 minutos y cuando llegué, me di cuenta que la puerta era únicamente para billetes magnéticos. Y con mi billete sencillo, tuve que buscar otra puerta. Esto no estaba indicado en ningún sitio, porque si no, me pondría en la fila correcta. La señora que estuvo detrás de mí se puso nerviosa porque he parado toda la fila al no saber cómo pasar con mi billete y ella al parecer tenía mucha prisa. Nadie me ayudo. Nadie me dijo por dónde pasar. Me sentía mal. Tras esta experiencia evitaba las horas punta en el metro. A pesar de estas situaciones  no dejè de querer esta ciudad.

Una vez en Torres del Paine, en una de las excursiones conocí a otros viajeros que no estaban encantados con la ciudad de Santiago como yo. Me costaba creerlo. Pero si te gusta un sitio o no, depende de muchas cosas. Yo estaba alojada en un hotel en la parte financiera de Santiago. Una familia chilena muy simpática que conocí en la misma excursión me explicó que esta parte de Santiago se llama Sanhattan, cuyo nombre deriva de… Manhattan en Nueva York. Esto explicó mis comparaciones de Santiago con Nueva York – las calles muy largas y amplias rodeadas de modernos rascacielos, cafés, bares y restaurantes. Los otros viajeros estaban alojados en otra parte de Santiago, que no les parecía tan atractiva. Y luego, como a mí el primer día no paraba de llover, quizá por esto, el resto de los días, tuve un tiempo estupendo, con cielos azules y muy buena visibilidad. Los otros viajeros solo han podido conocer Santiago con humo causado por los incendios en los montes que rodean la ciudad.

Chile como país me encanto, así que espero que pronto, a pesar de unas situaciones poco agradables, nos daremos otra oportunidad.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *